Una de las maravillas limeñas, por encerrar tradición e historia en su ceremonioso ritual, a través de una cotidiana costumbre dominguera (dependiendo del acontecimiento) es el calenta'o, no cabe duda que limeño que se pinte de cuerpo entero como tal ha de confesar que ha sido partícipe de esta tradición en la mesa de su hogar, que ha disfrutado con el sabor mágico que proporciona el tiempo y que ha quedado con las ganas de pedir "repetición". Porque algo es cierto: el calenta'o es mucho más rico que el plato "del día", cosa misteriosa.
Primero lo primero, el lector no familiarizado con Lima se preguntará ¿qué es el calenta'o? pues bien, no es más que el plato fuerte -léase segundo- que se preparó el día anterior y, calentado en una sartén, se sirve en el desayuno al día siguiente. Dependiendo de la costumbre familiar, el calenta'o se puede servir en platos individuales o, como lo prefiere la tradición, se sirve en un plato-fuente en el centro de la mesa para que los reunidos al desayuno puedan desgustarlo cual "piqueo". Un calenta'o "correcto" es aquel hecho a base de ciertos platos típicos (cau-cau, escabeche, ají de gallina -ahora de pollo-, carapulcra, entre otros)
Aquí viene la parte bonita, parafraseando a Gastón Acurio "Los más importante de un plato, más que su sabor o ingredientes, es la historia que envuelve su creación" y razón no le falta, ejemplos de ello hay muchos en nuestro querido país, cada uno con su peculiar contexto, época y protagonistas. Pues me atrevo a otorgarle, querido lector, los fragmentos de la historia del tema de referencia. Me disculpo por adelantado si cometo una imprudencia en los detalles (sea por omisión o por adición)
La siguiente reseña parte de los comentarios recogidos por este servidor con los limeños antiguos, testigos presenciales algunos, otros, atentos escuchas de los relatos de sus padres y abuelos. La historia del calenta'o se remonta a Lima criollísima, de los barrios altos* en sus mejores momentos, con las quintas amigables y llenas de camaradería, aquella de las jaranas de "rompe y raja" de la polquita atrevida y el valsecito bonito, una Lima de gratos recuerdos. En esa época se acostumbraba celebrar un acontecimiento importante (léase, bautizo, cumpleaños, matrimonio y similares) con una fiesta en la casa del agasajado -o, en raro caso, en casa prestada- invitando a los familiares y vecinos cercanos para algarabía de todos. Grupo especial que formaba parte de las celebraciones, era el de los músicos criollos, aquella especie de trovadores de la cotidianidad limeña, con un olfato inigualable para detectar jarana en proyecto, además de poseer los secretos del ritmo en las venas (junto con varios ml3 de Pisco) y con una debilidad: las mujeres.
La fiesta transcurría con júbilo arrebatado, mientras los músicos practicaban su oficio, el pisco recorría la casa de esquina a esquina y muy de vez en cuando se detenía entre los cantantes "que el oficio de cantar a uno le seca la garganta" las señoras y señoritas (según el caso) con sonrisa a flor de labios iban y venían por la sala y la cocina, viendo que la comidita de rigor quede en perfectas condiciones para ser degustada por los invitados. El grupo de músicos, fieles a su arte, debían privarse de la ronda de comida mientras tocaban, era costumbre que ellos comieran en la madrugada, con la jarana ya avanzada y los señores "harto alegres", momento preciso para que el respresentante del grupo se acercara hacia las damas y les pidiera muy amable él (con enamoramiento de por medio) se apiadaran de los estómagos cantores y les proporcionaran aquel "manjar de dioses" que reposaba en la cocina. Las señoritas raudas iban a la cocina, mientras sonreían sonrojadas por tanta amabilidad y piropos, a calentar el platillo (o paltillos de acuerdo a la opulencia) de la cena para brindárselos a los señores músicos, los cuales una vez con el plato en la mano, devoraban con rapidez la comida, deshaciendo en halagos a la cocinera y aprovechando para pedir con un conveniente "no hay primera sin segunda" un poco más del platillo "¡el fondo de la olla es mío!"
Muchas conjeturas pueden crearse a partir de este hecho: el sabor multiplicado del calenta'o que sentimos al probarlo es el testimonio del espíritu de aquella estirpe de músicos criollos que vive en nosotros cada vez que devoramos un calenta'o de ají de gallina o carapulcra. Es también la alegría de las mujeres halagadas por haberle dado vida a ese "manjar de dioses" y es en sí el recuerdo de una época de magia que encierra nuestra memoria genética.
En fin querido lector, argumente lo que usted crea conveniente, déjeme a mi con mi nostalgia aprendida. Una recomendación: cuando saboree un desayuno limeño y tenga oportunidad de probrar un calenta'o acuérdese de las jaranas de rompe y raja, y de los músicos criollos enamorando a las mujeres "por un platito más de ese manjar de dioses".
*Barrios altos: barrio del distrito de Cercado de Lima, famoso por ser cuna del criollismo.
Atentamente
Richard Torchiani G
Moderador de Perú: País de las MatravillaS
Primero lo primero, el lector no familiarizado con Lima se preguntará ¿qué es el calenta'o? pues bien, no es más que el plato fuerte -léase segundo- que se preparó el día anterior y, calentado en una sartén, se sirve en el desayuno al día siguiente. Dependiendo de la costumbre familiar, el calenta'o se puede servir en platos individuales o, como lo prefiere la tradición, se sirve en un plato-fuente en el centro de la mesa para que los reunidos al desayuno puedan desgustarlo cual "piqueo". Un calenta'o "correcto" es aquel hecho a base de ciertos platos típicos (cau-cau, escabeche, ají de gallina -ahora de pollo-, carapulcra, entre otros)
Aquí viene la parte bonita, parafraseando a Gastón Acurio "Los más importante de un plato, más que su sabor o ingredientes, es la historia que envuelve su creación" y razón no le falta, ejemplos de ello hay muchos en nuestro querido país, cada uno con su peculiar contexto, época y protagonistas. Pues me atrevo a otorgarle, querido lector, los fragmentos de la historia del tema de referencia. Me disculpo por adelantado si cometo una imprudencia en los detalles (sea por omisión o por adición)
La siguiente reseña parte de los comentarios recogidos por este servidor con los limeños antiguos, testigos presenciales algunos, otros, atentos escuchas de los relatos de sus padres y abuelos. La historia del calenta'o se remonta a Lima criollísima, de los barrios altos* en sus mejores momentos, con las quintas amigables y llenas de camaradería, aquella de las jaranas de "rompe y raja" de la polquita atrevida y el valsecito bonito, una Lima de gratos recuerdos. En esa época se acostumbraba celebrar un acontecimiento importante (léase, bautizo, cumpleaños, matrimonio y similares) con una fiesta en la casa del agasajado -o, en raro caso, en casa prestada- invitando a los familiares y vecinos cercanos para algarabía de todos. Grupo especial que formaba parte de las celebraciones, era el de los músicos criollos, aquella especie de trovadores de la cotidianidad limeña, con un olfato inigualable para detectar jarana en proyecto, además de poseer los secretos del ritmo en las venas (junto con varios ml3 de Pisco) y con una debilidad: las mujeres.
La fiesta transcurría con júbilo arrebatado, mientras los músicos practicaban su oficio, el pisco recorría la casa de esquina a esquina y muy de vez en cuando se detenía entre los cantantes "que el oficio de cantar a uno le seca la garganta" las señoras y señoritas (según el caso) con sonrisa a flor de labios iban y venían por la sala y la cocina, viendo que la comidita de rigor quede en perfectas condiciones para ser degustada por los invitados. El grupo de músicos, fieles a su arte, debían privarse de la ronda de comida mientras tocaban, era costumbre que ellos comieran en la madrugada, con la jarana ya avanzada y los señores "harto alegres", momento preciso para que el respresentante del grupo se acercara hacia las damas y les pidiera muy amable él (con enamoramiento de por medio) se apiadaran de los estómagos cantores y les proporcionaran aquel "manjar de dioses" que reposaba en la cocina. Las señoritas raudas iban a la cocina, mientras sonreían sonrojadas por tanta amabilidad y piropos, a calentar el platillo (o paltillos de acuerdo a la opulencia) de la cena para brindárselos a los señores músicos, los cuales una vez con el plato en la mano, devoraban con rapidez la comida, deshaciendo en halagos a la cocinera y aprovechando para pedir con un conveniente "no hay primera sin segunda" un poco más del platillo "¡el fondo de la olla es mío!"
Muchas conjeturas pueden crearse a partir de este hecho: el sabor multiplicado del calenta'o que sentimos al probarlo es el testimonio del espíritu de aquella estirpe de músicos criollos que vive en nosotros cada vez que devoramos un calenta'o de ají de gallina o carapulcra. Es también la alegría de las mujeres halagadas por haberle dado vida a ese "manjar de dioses" y es en sí el recuerdo de una época de magia que encierra nuestra memoria genética.
En fin querido lector, argumente lo que usted crea conveniente, déjeme a mi con mi nostalgia aprendida. Una recomendación: cuando saboree un desayuno limeño y tenga oportunidad de probrar un calenta'o acuérdese de las jaranas de rompe y raja, y de los músicos criollos enamorando a las mujeres "por un platito más de ese manjar de dioses".
*Barrios altos: barrio del distrito de Cercado de Lima, famoso por ser cuna del criollismo.
Atentamente
Richard Torchiani G
Moderador de Perú: País de las MatravillaS
1 comentario:
Interesante, ameno e informativo artículo. Gracias por compartirlo.
Saludos de un compatriota desde tierras alemanas.
http://hjorgev.wordpress.com
Publicar un comentario